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domingo, 12 de febrero de 2012

Wislawa Szymborskano: Bajo una pequeña estrella


Hay veces sucede que los poetas tienen que realizar eventos extraordinarios para ser oídos. Eventos que escapan de la imaginación común y del hecho cotidiano. Eventos que uno espera que nunca lleguen pero que están ahí desde el primer momento en que la luz nos significa: la muerte. No interesa si ésta es provocada o natural, lo cierto es que una vez más congrega la atención de la gente, de la prensa, de los viejos y nuevos lectores. Y ahí sí que el poeta es oído, que es reeditado, leído, apreciado, llenado el vacío de su cuerpo con palabras, más palabras.
Wislawa Szymborskano, de quien ahora me digo que nunca había escuchado su nombre, fue, sin duda, una gran poeta. Lo sé ahora que Revista Ñ describe el dolor como viento helado de las decenas de miles de polacos. Lo sé porque he buscado traducciones de su poesía y quedo ahora más convencido que la muerte es un evento de luz que también nos significa.


Bajo una pequeña estrella


Que me disculpe la coincidencia por llamarla necesidad.
Que me disculpe la necesidad, si a pesar de ello me equivoco.
Que no se enoje la felicidad por considerarla mía.
Que me olviden los muertos que apenas si brillan en la memoria.
Que me disculpe el tiempo por el mucho mundo pasado
por alto a cada segundo.
Que me disculpe mi viejo amor por considerar al nuevo
el primero.
Perdonadme, guerras lejanas, por traer flores a casa.
Perdonadme, heridas abiertas, por pincharme en el dedo.
Que me disculpen los que claman desde el abismo el disco
de un minué.
Que me disculpe la gente en las estaciones por el sueño
a las cinco de la mañana.
Perdóname, esperanza acosada, por reírme a veces.
Perdonadme, desiertos, por no correr con una cuchara de agua.
Y tú, gavilán, hace años el mismo, en esta misma jaula,
inmóvil mirando fijamente el mismo punto siempre,
absuélveme, aunque fueras un ave disecada.
Que me disculpe el árbol talado por las cuatro patas de la mesa.
Que me disculpen las grandes preguntas por las pequeñas
respuestas.
Verdad, no me prestes demasiada atención.
Solemnidad, sé magnánima conmigo.
Soporta, misterio de la existencia, que arranque hilos de tu cola.
No me acuses, alma, de poseerte pocas veces.
Que me perdone todo por no poder estar en todas partes.
Que me perdonen todos por no saber ser cada uno de ellos,
cada una de ellas.
Sé que mientras viva nada me justifica
porque yo misma me lo impido.
Habla, no me tomes a mal que tome prestadas palabras patéticas
y que me esfuerce después para que parezcan ligeras.


Versión de Abel A. Murcia

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